Emma Goldman solía decir que la diferencia entre una trabajadora sexual y una mujer casada, era que la primera vendía su cuerpo por hora, mientras que esta última lo vendía de una vez y para siempre y a un mismo y único precio a un solo hombre. Hasta más o menos los años 50 o 60, las cosas estuvieron claras con respecto a qué lugar ocupar en torno a la así llamada “emancipación sexual”.
Sin embargo, el hetero-capitalismo del tercer régimen farmacopornográfico, siguiendo a Beatriz Preciado que sigue a Monique Wittig, lograron que los aparatos de captura se volverion menos coercitivos, más sutiles, más intrincados, más sofisticadamente difíciles de desanudar. Ahora el nuevo truco del heterocapitalismo tardío es la “libertad sexual”. Sus agentes, las mujeres liberadas.
¿Cómo oponerse a tan loable frase sin quedar del lado del opus dei? La cuestión exige talento y destreza y debe ser encarada, especialmente por aquellas que como este cuerpo hablante/deseante hemos sido biopoliticamente asignadas a la violencia llamada “mujer”. Porque como ya afirmaba el viejo maestro Foucault, decirle Si al sexo, no es decirle NO al poder.
Otrora era claro que aquel biovarón que, detentando los privilegios de su categoría sexo-política (que redundan paradojicamente en el desmedro de ciertas potencias corporales que jamás explorará, claro está, puesto que reafirman su esclavitud al régimen heterosexista) debía abonar un precio, único valor posible dentro de la lógica del capital, para gozar de -poner en acto- esos privilegios, ya sea mediante la manuntención de una querida o ya sea haciéndose cargo de una familia con esposa y todo, y de su supuesto bienestar económico.
Hoy, gracias al aparato de captura llamado “emancipación sexual” esta situación se ha liberalizado y flexibilizado cual contrato de trabajo de 3 meses, o mano de obra esclava en taller textil de trata de personas. Pero de una manera más efectiva, puesto que se ha logrado la construcción del deseo de “ser libre sexualmente”.
Exentos de la obligación de proveer sustento, apoyo ecónomico y social, exentos de crear afinidad, vínculos de parentescos, libres de cualquier responsabilidad u obligación, cualquier sujeto biopoliticamente asignado al privilegio varón logrará con mayor o menor maña hacerse de una chica liberada, es decir, beneficiarse con la pieza clave para el funcionamiento del hetero-capitalismo. Esta joven mujer suele creer y afirmar que es libre (y lo elige y desea), que elige con quien se acuesta o con quien coje. Podremos encontrarla en orgías de toda especia, mayormente aquellas que reafirman lo mas hetero de la norma social falocéntrica, será nuestra mejor amiga, esa siempre dispuesta para chuparnos la pija en un baño de recital, esa que solo a cambio de más penetración, de mostrarse delante de todos sea nuestra amante ocacional o permanente por nada o poco a cambio, especialmente nada de manera contante y sonante. Ella no cobrará por sus servicios, sino que con gratuidad (gracias a cierto acercamiento malinterpretado filolibertario) brindará todo tipo de placeres a los distintos varones con los que ella se prodigará sin más. Sus así llamados “amigos”, con los que no entablará una forma-de-vida harán uso y abuso de sus dotes y dones. Ningún punto de subjetivación ni para si misma ni para ellos se modificará: ninguna idea de comunidad, sustento, sostén afectivo, lazo, red de contención y apoyo mutuo, amistad política, será construido dentro de esas prácticas sexo-políticas del deseo hegemónico y dominante; incluso si alguna que otra práctica sexual no heteronormativa se despligue y se pone en juego. Más aun, dado que el punto epistemólogico que alienta y motiva a esta mujer es sin más la liberación de un sujeto, ideal máximo regulador del mito de la ilustración y de sus sistema ecónomico predominante, el heterocapitalismo, incluso cuando otras prácticas sexuales se expresan (como ser penetración anal del biovarón, por citar un solo caso) éstas no modifican de manera radical la subjetividad del susodicho puesto que ninguna práctica sexual de ninguna índole tiene el poder en si mismo de modificar nada (aunque sea condición sine qua non de tal mutacion de la subjetividad heteronormativa).
Estas “putas” compiten en el mercado de trabajo de una manera desleal: su carne es el dumping de la economía global del heterocapitalismo tardío frente a las que resistimos poniendo precio a las partes de nuestra anatomía que el régimen farmacopornográfico se ha encargado en asignar a una categoría específica. Asimismo, ellas no alientan mediante sus prácticas la construcción de nuevas formas-de-vidas políticas entre “lxs anormales”; me refiero a la construcción de afectaciones y afinidades y manadas y amistades políticas con otros cuerpos-mujer, pero también con otras potencias corporales aliadas como ser todo el abánico de la incorrección anatomo-política a normalizar lato sensu.
Nosotras, otras, horda deseante, feminizadas, controladas, asignadas, subjetivadas, las otras putas, las no-liberadas ponemos precio, es decir, cobramos, sabemos del valor de nuestra carne en el mercado, y gratis no ofrecemos nada sino a los afines sexo-políticos. De allí la urgencia de repensar el liberalismo de la liberación sexual otra vez como concepto enemigo de la disidencia sexual. Emanciparse de la emancipación que no será por la via de la prodigalidad sexual que nadie devenga orgía, devenga afín mutante manada lobo cuerpo minoría. Sino por el contrario ser estando en el mundo como amiga infinita de las sonrisas de los varones, siempre dispuesta a hacerle una fellatio a algun muchacho “amigo”, porque “me gusta” -dirá ese yo/alma débil que Nietszche escupía con el nombre de “sujeto” es nuestra peor enemiga internalizada, hecha carne, nuestro microfascismo generizador personal.
Devenir otra, ya se ha dicho al infinito. Esta vez otra vez de nuevo, hacerlo. Devenir por fuera de las categorías mujer hacia las potencias de la manada y la enunciación colectiva que no reterritorialice el hetero-capitalismo ni sofistique -gracias a nuestra complicidad- los aparatos de captura de nuestro género (y de tantos otros), para huir, juntas, por el río de la potencia infinita.
¿Cómo hacer? Por ahora, desistir, decir No, opt out, I prefer not to. Y desconfiar ahora y siempre de cualquier deseo expresado por un Yo individual en pos de un supuesto placer personal.
Por ahora, eso.